Resumen
Durante varios años, muchos niños sin comorbilidad neurológica grave que presentaban un desarrollo motor subóptimo o con dificultades motrices en áreas específicas como la coordinación visomotora o el equilibrio eran etiquetados como “torpes”, con “dispraxia” o “trastornos motores menores”. En 1994, este tipo de trastornos se unificaron bajo el término único de “trastorno del desarrollo de la coordinación”; sin embargo, actualmente sigue constituyendo una patología poco conocida y a menudo infradiagnosticada. Se estima que entre un 5-8% de niños en la etapa escolar podrían tener trastorno del desarrollo de la coordinación, con un mayor predominio en el sexo masculino. Este riesgo es significativamente superior en los niños prematuros, incluso en aquellos sin secuelas neurológicas aparentes. Las manifestaciones clínicas vienen determinadas por la combinación de una alteración en la propiocepción, la programación motora y la actividad motora secuencial, lo que conlleva dificultades en diferentes áreas motrices, que repercuten en las actividades de la vida diaria, el rendimiento académico y la autoestima. Existen herramientas diagnósticas específicas para su detección. La evolución clínica sin tratamiento específico suele ser la cronificación de las disabilidades motrices, por lo que el diagnóstico y el tratamiento precoz resultan de especial interés en estos niños.
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