Abstract
Las dificultades en la alimentación en la primera infancia son muy frecuentes tanto en niños sanos como en aquellos con distintos tipos de enfermedades. Vienen acompañadas, en general, de una gran preocupación por parte de las familias(1). Estas dificultadas son frecuentemente ignoradas o minusvaloradas por el personal sanitario cerrando el círculo vicioso que condiciona la cronificación de los trastornos y la multiplicación de las consultas a distintos niveles del sistema sanitario. La alimentación es un proceso complejo en que las habilidades motrices, sensoriales, neurocognitivas y de interacción psicológica maduran coordinadamente influyéndose unas a otras. Las alteraciones en este proceso muestran un amplio espectro de gravedad, recibiendo las más importantes el nombre genérico de trastorno de alimentación (feeding disorder en inglés)(2) y se expresan, principalmente, en los primeros años de la vida en los que los cambios son mayores que más tarde. Los intentos de clasificación y caracterización de las dificultades y trastornos de alimentación de los niños pequeños son relativamente recientes. Existen múltiples abordajes, pero ninguno de ellos es completo y admitido en todos los ámbitos. En muchos casos se solapan los cuadros clínicos, haciendo más compleja esta sistematización. El diagnóstico y tratamiento tempranos(1,4,6) evitan las repercusiones orgánicas y en el ámbito familiar, la posibilidad de alteraciones de la alimentación tardías y mejora el pronóstico y la evolución del paciente disminuyendo los costes de tratamiento. El tratamiento, o incluso la prevención, de la mayoría de estos problemas pueden realizarse en un primer nivel de atención médica(6,7). Sin embargo, los casos potencialmente graves se benefician de una derivación temprana a unidades multidisciplinares con experiencia para mejorar su evolución
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